Fidel Alejandro Munguia Ruiz
voy enviado por el Señor, que Él me sostendrá y que lo que realizaré ha de ser para su mayor gloria
Fidel Alejandro Munguia Ruiz
Mi nombre es Fidel Alejandro Munguia Ruiz, soy de la Arquidiócesis de Hermosillo, en Sonora. Nací un dia 4 de diciembre de 1984, en la localidad de Bacanora Sonora, un municipio de la sierra este. Soy el quinto de seis hermanos. El nombre de mis papás son Braulio Munguia Tánori (finado hace 5 años), mi mamá se llama María Ruiz Duarte. Desde que tuve seis años de edad, nos mudamos a vivir a la comunidad de Puerto Libertad, en la costa del mar de Cortés, donde mi papá era empleado de la C.T. Puerto Libertad, perteneciente a la C.F.E. hasta su jubilación. Ahí realicé los estudios de educación básica y de preparatoria, para después ingresar al Seminario de Hermosillo.
Compartiendo respecto a mi llamado vocacional, he de decir que crecí en un ambiente católico practicante y de cercanía a la vida apostólica de la Iglesia. Aunque crecí y me formé en la fe católica de manera profunda, participando activamente en la catequesis y la coordinación del grupo juvenil parroquial, la opción a la vida sacerdotal no era algo que tenía presente en mi vida y en mi oración. Lo veía como algo muy bueno en sí, pero como cualquier otro joven deseaba formar una familia y realizarme profesionalmente con estudios de posgrado, con la intención de poder fundar una escuela gratuita y de calidad para la infancia más necesitada; a eso ponía mucho empeño y le pedía constantemente a Dios en la oración que me permitiera con su gracia, realizarlo.
He de decir también, que el ejemplo de fe de mis papás fue algo muy importante y edificante, eran como las dos bases sobre las que se edifica una vida cristiana madura; mi mamá piadosa y entregada a Dios, contemplativa y mi papá receptivo de las necesidades de los demás, siempre preocupado de atender a los demás y compartir la mesa con los más pobres, a los que mi papá llamaba su familia, que en mi pueblo era la comunidad de pescadores provenientes de diferentes lugares del estado.
Marcado por estas experiencias fundantes, que han sido parte de mi camino de discernimiento, me encuentro conscientemente con el testiminio de vida sacerdotal, de quien en ese entonces era mi párroco y después mi padrino de ordenación sacerdotal, el P. Humberto Ponce, hoy con 60 años de ministerio sacerdotal. Cada dia de la semana escolar, antes de tomar clases en la preparatoria, llegaba a hacer una visita al Santísimo Sacramento y siempre lo ví orando, me parecía sobremanera sorprendente la paz que emanaba su rostro, su manera de estar ante el Señor. Sin dejar de decir, que su cercanía y testimonio de vida, fueron una motivación cuando ya con más detenimiento y calma me planteé la posibilidad del sacerdocio. Él fue clave sin ejercer violencia, en la toma de esta decisión, la de emprender una búsqueda, pues siempre sus preguntas iban más allá de un simple preguntar, eran provocadoras de la cuestión del sentido. Por eso, es así como me animé a asistir al Preseminario 2003, con la intención de “sacarme la espina”, aunque según yo, ya mi vida al futuro estaba mas que resuelta y elaborada, visualizada en la realización de un proyecto profesional. Pero Dios tenía otros planes, que definitivamente fui descubriendo en el proceso de 9 años que fueron mi pertenencia al Seminario en la formación inicial. Proceso formativo que me ha puesto en camino, que maduró la conciencia del sí definitivo y el deseo de ser pan partido y compartido.
Al presente cuento con 8 años de vida sacerdotal, de los cuales solo un año he estado colaborando como vicario parroquial, y los otros 7 años son los que llevo en el Seminario Mayor de Hermosillo, como acompañante espiritual de los seminaristas de la etapa configuradora apostólica, antes conocida como estudios de teología.
Muchos preguntan que si ha sido difícil haber tomado esta decisión, y la verdad que definir este estilo de vida tan sagrado, que está lleno de incertidumbres al inicio, lleno de retos pues exige ponerse en camino de una maduracion humana y cristiana, no es tarea sencilla, reclamará coherencia, trabajo constante, humildad y capacidad crítica, entre otras tantas. No fue fácil renunciar a una vida proyectada en mi mente, como meta a la que tendían cosas muy buenas de mi persona, pero ha sido el Amor con mayúsculas, con quien me he encontrado en los años de formacion inicial, el que me ha dado el valor y la confianza para ponerme en camino y abandonarme a sus palabras: “Sigueme”. Él ha puesto su mirada en mí, en mi pequeñez y al inicio me preguntaba qué habia visto de mi, y solo he concluido que conoce mi deseo de amarlo sobre todas las cosas, ha sido por amor, en el amor y con amor por lo que le he dicho que sí definitivamente.
La comunidad a la que pertenezco, el Seminario Mayor de Hermosillo ha sido un doble regalo para mi ministerio: el primero, ser parte de una pequeña familia de siete sacerdotes con lo que he compartido esta delicada tarea, pero también con quienes he caminado los primeros años de la vida sacerdotal, una pequeña comunidad de hermanos que me han apoyado, promovido y acompañado; también ha sido un regalo la comunidad de seminaristas con los que he aprendido mucho de Dios, de mi persona y de las realidades que no debo dar por supuestas por el hecho de ser consagrado, ellos me han ayudado a percibirme como un proceso abierto a la gracia y a los demás, me han permitido ponerme en camino y ser peregrino. La comunidad formativa es muy unida, gustamos de alimentar la sinceridad y el encuentro fraterno. Como somos alrededor de 35 en total, procuramos cooperar diligentemente en las tareas encomendadas. La mayoría de los jóvenes a los que acompañamos en su discernimiento son de la ciudad capital, serán alrededor de 5 personas las que vienen de algunos pueblos con gran concentración de población.
En estos 8 años de ejercicio ministerial he vivido a mi consideración momentos muy especiales que los he definido como un llamado dentro de mi llamado, y que curiosamente han ido dando forma a mi manera de acompañar y de asumir ahora también esta encomienda de los estudios especialiazados en Roma.
Celebrar la Eucaristía en el Seminario ha sido para mí, la fuente y culmen de mi encuentro con Jesucristo, valoro este preciado don de su presencia amorosa entre nosotros; la dirección y acompañamiento espiritual en quienes disciernen esta invitación del Señor aquí en el Seminario, me ha permitido crear la confianza para acoger la interioridad de sus procesos como un tesoro en mis manos. Como sacerdote diocesano he sido responsable de la dimensión de justicia, paz, reconciliación, fe y política (hoy dimensión social de la fe), viviendo con algunos laicos un proyecto de construcción de paz de donde surgió un desayunador para niños en situación de vulnerabilidad y pobreza, apostolado que hasta aún tenemos vigente con la ayuda de generosos bienhechores particulares. De dicho proyecto de construcción de paz, se han consolidado las ESPERE, que son escuelas de perdón y reconciliación, que en la diócesis ya son un apoyo muy conocido.
A modo de anécdota comparto una experiencia que me ha marcado profundamente: harán ya 8 años que asisto a una institución llamada ITAMA, que es un centro de internamiento para menores infractoras, hoy por cuestiones de pandemia no ha sido posible ingresar. El año 2016 antes de la Semana Santa, solicité a los directivos poder vivir estos dias tan importantes ahí, dentro de ITAMA, con la intención de poder celebrar los misterios más grandes de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. El permiso fue concedido y junto con dos seminaristas nos dispusimos a organizar estas celebraciones viviendo como ellas, sujetos a sus horarios, viviendo en una pequeña celda y saliendo en los momentos agendados a la realización de las actividades que presidiriamos, comiendo su comida, compartiendo su vida rota, de la cual testigo cercano fui y de la manera cómo encontraban en la fe un sentido para su existencia, abriéndola al abrazo amoroso de Dios, capaz de perdonarlas y de amarlas incondicionalmente. Atesoro este regalo de Dios que me ha hecho crecer en la empatía y acompañamiento del dolor humano.
En la inquietud por dar respuesta a los retos que me ha planteado el sacerdocio que vivo y ejerzo, me he formado desde hace 4 años en el tema de la prevención de abuso sexual, realidad que lacera la vida de la Iglesia y de las comunidades; pertenezco activamente y bajo decreto diocesano a la Comisión Diocesana de Protección a los Menores y Adultos Vulberables ( CODEPRO), que estamos afiliados a CEPROME, que es el centro de estudios interdisciplinares de donde recibimos formación permanente; he concluido recientemente un Máster en Pastoral de la Prevención, que ha venido a coronar estos años de estudios permanentes.
Por decir un tanto más, en el Seminario coordino la Pastoral de la Escucha, en colaboración con dos seminaristas de la etapa estructuradora apostólica (filosofía), vivida tal pastoral en dos espacios de acompañamiento: el grupo de ayuda mutua en el duelo con sesiones semanales desde hace 5 años, y el grupo de acompañamiento espiritual para personas con familiares en estado de desaparición forzada, que sesionamos cada quince dias. Realmente dos espacios que me han nutrido mucho, donde he podido palpar el dolor y la miseria, la gracia y la esperanza.
Finalmente, el pasado mes de mayo, he terminado un proceso de certificación en un curso- diplomado en el acompañamiento integral para personas con atracción al mismo sexo (AMS), herramienta que considero vital en el acompañamiento sacerdotal que realizo. Tal certificación se vive desde mi trinchera en la aportacion al proceso reparativo que viven las personas con AMS. En este aspecto considero importante aportar en la pastoral familiar de mi diócesis un proyecto educativo de formacion afectiva para padres de familia, ya que en este tema es importante el tipo de vinculación y cercania de padres e hijos.
Considero estas actividades como un llamado dentro del llamado en el sacerdocio que el Señor me ha confiado como tarea del amor que se entrega hasta dar la vida.
La invitación hecha por mi Obispo para realizar estudios especializados, me ha tomado al inicio por sorpresa y generó muchas resistencias de mi parte, pues la situación de mi mamá en su estado de viudez no deja de ser algo que me preocupa y ocupa el pensamiento; por eso a través de un año de discernimiento y acompañado por mi Obispo doy el paso confiado que implica integrar mis temores y expectativas que surgen ante esta encomienda a mi persona.
Constato a través de este discernimiento que voy enviado por el Señor, que Él me sostendrá y que lo que realizaré ha de ser para su mayor gloria, vivo este importante reto desde la gratitud en respuesta a su gran amor al que deseo corresponder generosamente. Me entusiasma que lo aprendido pueda aportar a la formacion de los futuros sacerdotes, pero sobre todo a mi presbiterio en su formación permanente.