Jesús Román Huerta Wong

Ha valido la pena ser sacerdote, no me arrepiento de haberle dicho “Sí” al Señor

Jesús Román Huerta Wong

Mi nombre es Jesús Román Huerta Wong, pertenezco a la diócesis de Campeche. Nací en la capital del estado de Campeche el 27 de octubre de 1990. Mis padres son Jesús Román Huerta Lara y Teresita de Jesús Wong Ramírez. Soy el más pequeño de cinco hermanos. Actualmente me desempeño como vicario parroquial en la parroquia Ntra. Sra. De las Mercedes en el municipio de Champotón, Campeche.

Desde pequeño fui monaguillo en la capilla de mi colonia, y sentía inquietud por el sacerdocio, pues el sacerdote que la atendía, el Pbro. Pedro Aguilar, que en gloria esté; era un hombre muy de Dios. A pesar de ser un sacerdote mayor, se podía vislumbrar en él la alegría y la fidelidad al llamado.

En una ocasión, mientras hacía tarea de la escuela, le pregunté a mi mamá sobre los sacerdotes. Ella me contestó de una manera tajante que pensará en cualquier otra cosa, menos en ser sacerdote, pues ella deseaba que le diera nietos. De tal manera que, con el pasar del tiempo, fue desapareciendo esta curiosidad. Pensé en ser médico o en estudiar Ciencias de la Comunicación. A pesar de estar en secundaria comenzaba a hacer un proyecto de vida.

Durante mi último año de secundaria, volvió a mí la inquietud por el sacerdocio, pues además de ser monaguillo era catequista y me motivaba mucho ver el testimonio de mis párrocos; pero no me daba el valor de dar el paso debido a que mi mamá continuaba oponiéndose.

Cuando cursaba el último año de secundaria, mi párroco fue intervenido del apéndice, y fui a visitarlo a la parroquia. Allí me encontré a dos seminaristas que hacían apostolado en la comunidad, y como era un adolescente y tenía la intención de tomar un retiro de adolescentes (como Pascua Juvenil o Jornadas), les pedí información de retiro para jóvenes… ellos me dieron una fecha y me dijeron que el lugar era el Seminario, pero que era para chicos de mi edad y no tuviera miedo.

Naturalmente que mi madre, al saber que era en el Seminario, pegó un grito al cielo, pero la calmé explicándole que era un retiro de conversión juvenil, que nada tenía qué ver con el asunto de la vocación sacerdotal. Qué iluso era, no sabía que sí era un retiro vocacional y que aquellos seminaristas, hoy ya sacerdotes, me invitaron a un retiro de discernimiento.

Fui a ese retiro, sin saber, como ya dije, que en realidad era vocacional. Me gustó tanto la experiencia, sobre todo con otros muchachos de mi edad, eso me motivó más a vivir la experiencia del Seminario pues, sin haber pedido un retiro de esta índole, lo estaba viviendo. Fueron más o menos cinco retiros de discernimiento, en el tercero o cuarto retiro nos preguntaron si queríamos irnos al Seminario Menor, y como algunos compañeros míos iban a ir, pues sin consultar a mis padres me anoté para estudiar la preparatoria en el Menor.

Fue así como inicié el acompañamiento de discernimiento. Entré al Seminario Menor al concluir la etapa de secundaria, un 21 de agosto de 2005.

Naturalmente que mi mamá no aceptó de momento, fue un proceso de asimilación y desapego. Por mi parte, me fui muy contento al Seminario, con muchas ilusiones. En el caminar, tuve momentos de dudas, de querer abandonar el Seminario. Recuerdo con mucha precisión cuatro momentos: al concluir el Seminario Menor, porque nunca había dejado de estudiar e irme al Mayor era dejar una carrera universitaria como tal; en primero de filosofía, porque se me acusó de algo que jamás hice y tuve muchos obstáculos por parte de mis acompañantes; en segundo de filosofía por unos problemas familiares y, más tarde, por un capricho de envidia que pude enfrentar.

Tengo que reconocer que los doce años de camino dentro del Seminario, independientemente de los momentos de dudas y de cruz, fueron maravillosos. Los años del Seminario fueron años que valieron la pena ser vividos y que volvería a vivir, fueron más momentos de gozo, de alegría, momentos de Dios… que momentos de desaliento. Si volviera el tiempo atrás y Dios me volviera a llamar, elegiría de nuevo el Seminario.

Tras un caminar de discernimiento y de formación inicial, en donde Dios me mostró su amor, su presencia, su bondad y la confirmación a través de diversos signos, de su llamada; recibí la ordenación diaconal un 8 de diciembre de 2017 y la ordenación presbiteral el 13 de junio de 2019, estoy por cumplir mi tercer aniversario sacerdotal, junto con mi compañero el P. Evaristo Flores.

El día de mi ordenación presbiteral me asignaron como vicario en la parroquia Ntra. Sra. De las Mercedes, donde actualmente me desempeño. Es una ciudad aún con valores religiosos y culturales muy arraigados. La población en total del municipio es de 78, 170 habitantes, distribuidos en cinco parroquias. En la parroquia donde me desempeño como vicario tenemos, además de la parroquia, cinco comunidades rurales y ocho capillas dentro de la cabecera municipal.

La parroquia donde estoy es muy rica en cuanto a su cultura. La población es distinta según la comunidad. En la cabecera municipal, donde se asienta la sede parroquial, hay personas con diferentes oficios y preparación, desde un pescador o peón de albañil cuya economía no le permitió concluir los estudios de primaria, hasta médicos o arquitectos que han tenido otras oportunidades.

Sin embargo, ésto sólo ocurre en la sede parroquial, pues en las otras comunidades, particularmente en las rurales, la situación pinta diferente. En la zona norte, la gente se dedica al campo, la mayoría son agricultores y cañeros. Los muchachos, después de la secundaria, se dedican al campo, pues el estudio de la preparatoria no sólo implica gastos, sino también qué emigrar a la cabecera municipal. En la zona sur, la gente vive de la pesca, hay una comunidad donde apenas hace un mes llegó la luz eléctrica. En la mayoría no hay señal telefónica y las casas son de techo de lámina.

El nivel socioeconómico es bajo. Sólo hay dos hospitales con atención básica para atender a las personas, en su mayoría tienen qué ser trasladados a Campeche en las únicas dos ambulancias que existen, y en ocasiones mueren en el camino. Tampoco existe una estación de bomberos, hace poco se quemó una maquiladora, fuente de ingreso para muchas familias.

Respecto a mi ministerio sacerdotal, me ha encantado. Las comunidades que atiendo, a pesar de las necesidades económicas que tienen, son muy religiosos y buscan mucho al sacerdote. Además de administrar sacramentos, atiendo a las personas en dirección espiritual, pues la comunidad está muy habituada a ésto. La dirección espiritual la brindo generalmente tres días a la mañana, pues otros dos días doy clases en el Seminario y uno de ellos para visitar enfermos o los centros de catequesis.

Actualmente colaboro en tres dimensiones diocesanas: soy el responsable del Área de Cultura Digital de mi diócesis y también de la Dimensión Diocesana de Música Litúrgica; y colaboro como director espiritual en una institución de asistencia psicológica, espiritual y jurídica para persona y familias, cuya atención es completamente gratuita. También colaboré, hasta el mes pasado, como confesor y director espiritual de los Frailes Franciscanos de la diócesis.

De las comisiones que soy responsable, tenemos algunos proyectos. En el área de cultura digital, queremos potenciar el uso de los Mass Media para transmitir catequesis, formaciones y actividades espirituales para las personas. Además, estamos trabajando en una página web que ayude a las personas a buscar información sobre las parroquias, horarios de misas, confesiones, documentación para trámites, información de pláticas presacramentales, etc.

Respecto a la Dimensión de Música Litúrgica, estamos en la creación de una Escuela Diocesana de Música, la cual Dios mediante comenzaría a funcionar el curso entrante, aunque el habrá un curso de verano del 4 al 15 de julio del año en curso.

Finalmente, en el CEDIPSIM, atendemos diversas personas con problemáticas diferentes. Personas que necesitan ser escuchadas, consoladas, aconsejadas… personas que buscan una guía para crecer en su vida espiritual, entre otras cosas.

Durante el tiempo de la pandemia, estuve asignado como sacerdote para el área COVID, entrando al hospital y a algunas casas para asistir espiritualmente a las personas contagiadas.

Ahora que se me asigna esta experiencia de Formación Permanente en la ciudad de Roma, en el área de las Ciencias Patrísticas, deseo seguir mejorando en las dimensiones donde he colaborado o donde tenga a bien asignarme el Sr. Obispo.

La Iglesia Diocesana en la que sirvo tiene muchas necesidades, y somos pocos los sacerdotes. Sé que están haciendo un gran esfuerzo para la encomienda que me han asignado. Con los estudios que ahora mi diócesis me pide realizar, quiero servir mejor en primer lugar a la preparación de los futuros pastores, pero también al crecimiento espiritual de muchas personas. Soy consciente que me ordené para servir, y lo que ahora viene y lo que venga después y el Señor Obispo tenga a bien confiarme, siempre será para servir y alcanzar, mediante el servicio, la santidad a la que todos estamos llamados.

Cuando Mons. José Francisco me llamó para darme la noticia de los estudios, me tomó por sorpresa, pues ya estaba habituado a un ritmo de parroquia, pero también de gratitud, porque sé que la diócesis tiene qué sacrificarse no sólo en un apoyo económico (somos una diócesis necesitada), sino también porque somos pocos sacerdotes y al irse uno, siempre se siente la ausencia por el trabajo que hay. Empero, siempre he visto en mi Obispo la voluntad de Dios y así lo quiero seguir vislumbrando.

Con la especialización que ahora se me pide, pretendo colaborar en formación inicial de los futuros sacerdotes, para que conozcan los inicios de la Iglesia y vivan en fidelidad a ella; también pretendo compartir lo aprendido con mis hermanos sacerdotes en la formación permanente y a las personas que me necesiten.

Permítanme compartir con ustedes una pequeña anécdota de mi joven ministerio sacerdotal:

Tengo la oportunidad de visitar enfermos de manera periódica en mi parroquia. A los seis meses de haber llegado conocí a Deyanira Chong, una joven, madre de 3 niños, que estaba atravesando por la enfermedad del cáncer… Deya, como le decíamos de cariño, tenía miedo de morir, principalmente por sus hijos.

Cada domingo, o al menos cada quince días, le lleva la comunión y le daba la unción, platicábamos un rato sobre Dios, el dolor, la enfermedad y la fe. Poco a poco Deyanira comenzó a perder fuerzas físicas, pero fue robusteciendo su vida interior. Las visitas eran cada vez más frecuentes, y comencé a ver el desgaste de su cuerpo.

Diez meses después, Deyanira se puso muy grave y la llevaron al hospital. Me mandó audios, se despidió de mí y me agradeció lo que pude hacer. Rezamos juntos el Salmo 22, intercambiamos algunos audios y recuerdo muy bien sus últimas palabras de aquel día: Padre, ya no tengo miedo.

Al día siguiente la trasladaron a su casa, estuvo allí toda aquella jornada. A la mañana siguiente, entró en shock, me mandaron llamar, salí corriendo de la parroquia para llegar a su casa (la cual se encuentra a la vuelta), entré a su habitación, la tomé de la mano y le dije que estaba allí. La absolví, le di la indulgencia plenaria en artículo de muerte y comencé a orar. Durante esos minutos, Deyanira partió a su encuentro con Dios.

Al retirarme de aquel sitio, me dirigí al Santísimo, lloré, me dolió la partida de mi feligrés, pero en ella, en Deyanira, Dios me permitió ver la grandeza de mi ministerio: llevar almas a la eternidad con Dios. Al final, ya no sé quién hizo más por quién, si yo por ella, o ella por mí.

Ha valido la pena ser sacerdote, no me arrepiento de haberle dicho “Sí” al Señor, y siempre estaré agradecido por haberme mirado con misericordia y haberme elegido para ser su consagrado. Sólo le pido a Él que me permita poder vislumbrar un día lo que ahora veo bajo los signos del pan y del vino… que me permita verlo y adorarlo en la eternidad.

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